La Cabaña está en una colonia basada en nombres de playas. Están todas: Caleta, Encantada, Villa del Mar, Copacabana, Hornos, Pichilingue, Camarones, Manzanillo. Nace el oriente de la ciudad por aquí, aunque por la magnitud de la ciudad ya no sé si esto sea el sur o el centro, el oriente o la tundra, ventaja de vivir la ciudad sin mayor categoría que la de la noche extendiendo su manto espectral, transformador de cuerpos, el cual nos cubre. Y esta poesía. Y esta música de fondo.
Capuchino de melón. Las charlas construyéndose a todas mis coordenadas:
-Por un lado unas amigas que hablan del examen para la UNAM, de una fiesta en un bar este próximo viernes, que cuentan unos chistes fantásticos.
-Por otro unos estudiantes de actuación que hablan de teatro, de una obra que alguien de ellos escribió, de una Camila que vive en Chile.
-Luego un viejo acompañado de su hija, la cual recibe una llamada: tiene que recoger a Erika en el eje 8 por ahí de las 10 de la noche, a lo que el viejo le responde si ya le contó de su amiga que murió hace unas semanas: Guadalupe Flores (sonríe), Guadalupe Flores (abandona el cuerpo > se entrega a la memoria), Guadalupe Flores, aquella amiga... después hablan de qué comprar para cenar, si las quesadillas, si el frío, si la navidad venidera.
-Al final una familia donde los dos hijos pequeños piden papas con cátsup y mostaza, pareciera que ellos rompen este escenario nocturno de sensuales vigilias y amantes de fantasmas pero no, lo intervienen también, con su andar por el café (como esos otros locos que andan por ahí a medianoche en espera de maullidos) y su revisar cada esquina y jugar con los utensilios que van encontrando, un perchero, un cuadro, una lámpara, un gancho en el que se atora la cortina metálica cuando se cierra el café, todos objetos que nunca habría notado que también están aquí si no es por ellos.
La noche nos convoca, nos vuelve sus hijos. Efecto de transformar en misterio al día que creció con ansias de luz, de claridad amarillenta.
Sólo los gatos y las brujas pactan de noche, dicen por ahí.
Y ahora nosotros, aquí, en apariencia diversos, musitando en torno al café, esa bebida conjugante.
La ecuación de la noche: Tenernos debajo de nuestra piel. Como extraños en la noche. En otras palabras: Fly me to the moon.
Todos hacemos vivir este cuadro.
Rotación:
los actores ahora hablan de fiestas,
los niños se aburren, las amigas se han quedado calladas,
llegan los enamorados, se besan antes de sentarse, pelean luego de besarse, lo olvidan para concentrarse en la carta
(“capuchinos de melón para todos, yo invito” pienso en decirle a la mesera pero me faltan agallas),
un chiste surge de la nada: ¿cómo metes a 50 judíos en un vocho? ... en el cenicero … (espero con ansias que lo cuenten en la UNAM el próximo año)
(Hay una película del 98, “La Cena”, de Ettore Scola (de las pocas que he querido comprar, sobre todo porque es muy barata, recomiendo comprarla en lugar de rentarla). Viene al caso. Como una especie de paralelismo con esta noche. La misma noche a fin de cuentas. 10 años después. Y otro continente.)
http://www.labutaca.net/films/3/lacena.htm
http://39escalones.wordpress.com/2008/04/21/cine-en-serie-la-cena-de-ettore-scola/
http://www.cineismo.com/criticas/cena-la.htm