Cuando uno es niño y se pone a pensar a qué se dedicará cuando llegue a la edad adulta rara vez se llegan a conclusiones, digamos, poco quijotescas. Eso es normal, es necesario. Lo es porque los niños no saben de límites. Los artistas son, o deberían ser así. No hay empresa artística que no sea quijotesca.
De modo un especial los poetas contemporáneos son hoy en día descendientes del Caballero de la Triste Figura. Para empezar porque su labor e importancia han cambiado mucho. Ya no son, como diría Pacheco, la voz de la tribu. ¿Por qué? La posible respuesta a la que he llegado es que ya a nadie le interesa lo que digan los poetas. O por lo menos ya nadie lee poesía. Al fin de cuentas, de qué sirve leer poesía si muchos poetas escriben de cosas que a la gente no le importa, como si estos poetas escribieran más que para causar placer (o cualquier otro fin que se le encuentre al arte) para no tener que ir al siquiatra o para hacerse los interesantes o por cualquier tipo de razones extrañas que pocas veces tienen que ver con el lector y con la poesía.
De modo un especial los poetas contemporáneos son hoy en día descendientes del Caballero de la Triste Figura. Para empezar porque su labor e importancia han cambiado mucho. Ya no son, como diría Pacheco, la voz de la tribu. ¿Por qué? La posible respuesta a la que he llegado es que ya a nadie le interesa lo que digan los poetas. O por lo menos ya nadie lee poesía. Al fin de cuentas, de qué sirve leer poesía si muchos poetas escriben de cosas que a la gente no le importa, como si estos poetas escribieran más que para causar placer (o cualquier otro fin que se le encuentre al arte) para no tener que ir al siquiatra o para hacerse los interesantes o por cualquier tipo de razones extrañas que pocas veces tienen que ver con el lector y con la poesía.
Sería bueno volver a la manera que tienen los niños para hacer poesía (y sin quererlo), o la que tiene la gente común que no se sabe poeta pero que hace poesía (también sin quererlo). Es común ver que los niños tienen, como ya lo han apuntado miles de poetas, una capacidad natural para deformar el lenguaje a su gusto y transformarlo en poesía. Por ejemplo un niño de digamos 3 años que se enchila por primera vez, suele decir cosas maravillosas como: “¡Tengo la boca llena de relámpagos!” O un niño que ya se quiere dormir y sólo le avisa a sus padres diciéndoles “voy a caer en sueño”, mientras un bostezo se desprende de sus labios.
Es esa capacidad creadora la que los poetas contemporáneos deben recuperar, y, del mismo modo, tienen que volver a captar la belleza del lenguaje que ocurre en la calle y en todos lados. Porque el poeta se supone que debe ser aquel quien escribe y pone en papel y se queda con los derechos de autor de las cosas que la gente siente y no sabe explicar, o no sabe que lo está haciendo.
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