Iban 16 horas del pasado viernes 13 de abril y ya había temblado varias veces en la ciudad de México, siendo el temblor más grande (6.3 grados Richter) el primero que ocurrió cerca de la 1 de la mañana.
Es ya un miedo colectivo esto de los temblores debido a que hace 22 años ocurrió un terremoto que tumbó edificios, provocó la muerte de gente famosa y transformó el panorama de colonias enteras. Desde entonces cada que se mueve un poco el piso llega el recuerdo y la preocupación, las crisis nerviosas y el miedo al cambio.
II.
Lo que pasó este pasado viernes me hizo pensar lo egocéntrico que es que la gente considere trágico que tiemble, que considere que es injusto muera gente en eventos naturales (el término “catástrofe natural” me parece contradictorio ya que, si es natural, no puede ser catastrófico ya que cada evento de la naturaleza tiene sentido).
Lo realmente injusto sería que la Tierra no desahogara su energía a través de erupciones volcánicas (fuego), maremotos (agua), terremotos (tierra), tornados (aire) ya que éste planeta es un organismo vivo que, como cualquier otro ser vivo, necesita acumular y liberar energía para seguir con vida, para seguir en movimiento.
Estos eventos enlistados tienen que ver con los elementos naturales, aquellos que, en un principio, posibilitaron el surgimiento y desarrollo de la vida en la Tierra.
III.
Ojalá pudiera propagarse la conciencia de que la Tierra (nuestra madre en muchos sentidos) tiene “todo el derecho del mundo” a liberar energía y que éste tipo de eventos no son enemigos nuestros, que debemos aprender a vivir con ellos, que incluso traen cosas favorables ya que permiten que la Tierra siga viva, que se siga moviendo.
En todo caso el peor enemigo de las sociedades que se han asentado en zonas sísmicas es el hombre mismo ya que éste, por ambición y corrupción, es el que da permisos de construcción donde no debería, es el que construye altos edificios sin las normas de seguridad que impone Protección Civil, es el que gobierna sin ejercer mano dura en la revisión y adaptación de los edificios en mal estado.
Nunca estará de más recordar que somos vulnerables y que, aunque tengamos todo planeado y en orden, siempre cabe la posibilidad de lo inesperado, del cambio repentino y que, si eso sucediera, más que una tragedia sería una oportunidad para el crecimiento, para una conquista, para un éxito.
O sea que un temblor, sobre todo tan inofensivo pero lo suficientemente fuerte como para que todos lo sintamos como el del viernes pasado, siempre trae algo bueno (la reflexión pública en torno a los sismos, la propagación de las medidas de seguridad básicas así como de los teléfonos de emergencia, la revisisón como la que el gobierno del DF declaró que le hará a varios edificios capitalinos, etc.), además de abrir una oportunidad más para tomar conciencia de un sinfín de cosas.