(35 piezas para acompañar la lectura:)


noviembre 07, 2006

El observador de colonia

El día tiene imágenes, figuras que se muestran ante uno como estatuas móviles que ansían miradas, que ansían suspiro. Grietas de una región que no le pertenece a nadie, sólo a los observadores que recorren la zona como si la mirada fuera visitante amable, amante en vorágine, incidente cuántico.

Hay bitácoras para los sueños, bitácoras para el relato diario, bitácoras de viaje. Yo propongo una bitácora en la cual hablemos de la belleza fácil, esa que se da en nuestro camino a casa, en la hora de comer en el trabajo, en el cielo o las ventanas abiertas de los edificios en el tráfico, a mitad de una clase en la universidad, justo cuando la puerta abierta y los compañeros desconocidos pasan uno tras otro, abstraídos o no, en grupo o solos, en pasarela o sin ella.

El pasado jueves 26, yo recopilé devotamente estos recuerdos (la Ciudad de México fue la dadora de vida, la que posibilitó estos encuentros, la que suscitó el hechizo):

-Cruzando por un puente peatonal, vi a una mujer con un suéter verde que de primera vista me pareció amistosa; entró a un Sanborns varios pasos antes que yo; adentro me topé con ella tres veces y en las tres confirmé esa primer percepción de persona amistosa, solitaria y amable; me la encontré en el cajero, rumbo a los dvds y eligiendo un perfume, aunque yo sólo iba a ver libros y revistas; en este último encuentro me sonrió como se ve que le sonríe a cualquiera, sin discriminación, sin prejuicio, sólo accionando una leve sonrisa ante cualquier estímulo, sin esa afamada intención femenina de la coquetería, y deshaciéndose de mí apenas el vendedor de perfumes volvió a hablarle.

-En un café un niño, que se ve que llevaba poco tiempo de haber aprendido a hablar, se acercó a mi mesa para mostrarme sus juguetes y enseñarme cómo los iba a esconder en una canasta que más o menos le quedaba a su altura. Le pregunté que por qué los ponía ahí y me dijo “porque sí”, con esa voz en extremo inocente, suave y repleta de ternura que tienen los niños pequeños, los bebés que van dejando de serlo.

-En el departamento ubicado en un cuarto piso estaba una persona (que no alcancé a distinguir si era hombre o mujer) sentada junto a su ventana a punto de cenar, con el periódico en la mano, y un diseño de interiores hermoso, lleno de naranjas y cuadros en rojo tipo Kandinsy, objetos arte-objeto, lámparas de diseño alemán, danés, brasileño, qué sé yo. El ventanal no tenía cortina, así que fue una delicia ir descifrando poco a poco el interior de esa estancia. Lamenté no tener mejor vista.

-El manuscrito de mi primer poema más o menos largo, luego de varios meses de no escribir poesía, lucía atractivo junto a la pluma punto fino, el servilletero y las copias de un cuento. A veces me gusta tanto mi letra, el chiste es ordenar pronto tantas ideas y tantas notas ya que, con el tiempo, luego hay palabras que no reconozco y que por lo mismo, pasan a ser sendos garabatos.

-En la calle de Adolfo Prieto hubo una fonda con un espectacular letrero de “Menú del día” que me hizo añorar alguna cámara fotográfica. Fue el único momento de ese 26 que ansié tener una.

-Por la noche fui por mi novia al centro donde toma cursos de numerología. Como este centro está acondicionado en un departamento que da a la calle, se puede ver desde afuera el interior del lugar a pesar de las persianas de las ventanas. Mi mujer estaba sentada en un extremo, sólo nos separaba la pared, yo me la pasé un buen rato viendo parte de su cuerpo desde afuera, primero su mano con la pluma que no cesaba de escribir, luego sus muslos debajo del cuaderno, luego su frente que se arrugaba ante una buena idea, después su boca, serena y luminosa, después su cabello, su cuello, sus ojos que jamás voltearon a verme, a pesar de sentirse observada.

El día de hoy, dicha bitácora podría contar con la imagen de mi hija con sus ojos cerrados involucrándose en-cuerpo-y-alma con sus sueños, la taza blanca con café negro, cada persona que me encuentro en la calle y que también va iniciando su día, que también va agradecida por ello, que también me miran aunque no nos animemos a sonreírnos.


1 comentarios al respecto:

Gaby del Río dijo...

una buena lección! lo aseguro... después de sonreír durante algúnos años y no recibir respuesta algúna, te empieza a costar un poco, pero creo que es un buen ejercicio....
Saludos!!!!!!!
:)

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